Salvador Sigüenza Orozco
Los registros históricos y de memoria demuestran el interés por el pasado, el cual atiende lo mismo a orígenes remotos que a criterios de sobrevivencia colectiva, como los tiempos de siembra o las épocas de caza. Así se almacena colectivamente lo que se desea evocar y lo que necesita ser recordado. Indudablemente, estas remembranzas están asociadas al registro del tiempo, que paulatinamente devino en la conformación de calendarios en los que se fijaron no solo los momentos vitales para el grupo, sino también las ceremonias y conmemoraciones, ya fueran de fundación, de historia o de conquista.
En el caso de México podemos referir las dos herencias que, sincretizadas, se orientan al registro del pasado: el criterio clásico (griego) y la herencia indígena. En la mitología griega, la musa Clío es una de las hijas de Zeus y Mnemósine, esta última personificación de la memoria. Clío es la inspiración de la historia y de la poesía heroica. En el caso de Mesoamérica, la memoria habitualmente se transmitía de forma oral, recurriendo a mitos y ritos. Sin embargo, la memoria social que se fue conformando también se almacenó en un documento que permitió la narración histórica de un grupo étnico: el códice. La existencia de dicho grupo en un territorio determinado y con un pasado común, más la conformación de una organización política, generaron relatos históricos.
La conquista propició que durante cinco siglos los materiales escritos en castellano predominaran sobre los orales y los registros de origen prehispánico (como los lienzos y códices), muchos de ellos recuperados por el interés de algunos españoles; durante este periodo y prácticamente hasta principios del siglo veinte, la historia tuvo un manejo fundamentalmente político. El uso de la imprenta y de la lengua, que se consideró nacional, respaldó la función ideológica de la construcción del discurso histórico y su difusión. Fue a partir del siglo pasado, sobre todo en la segunda mitad, cuando inició un proceso sistematizado de revalorar las lenguas, culturas y tradiciones indígenas, lo que llevó a diversificar los temas de los estudios históricos, recuperar –en lo posible– los registros y testimonios de origen prehispánico y revalorar los conceptos sobre aspectos míticos, cosmogónicos y naturales, entre otros.
Existe abundante literatura sobre la importancia de la historia y de su enseñanza, así como del valor de la memoria.[1] En general puede afirmarse que el conocimiento histórico es saber del ser humano viviendo en sociedad, y que la historia registra y organiza el conocimiento del pasado, se convierte en un almacén de la memoria colectiva y salvaguarda de determinados valores. La historia es un tema recurrente en la vida pública y social de los pueblos y comunidades, de hecho hay frases de uso frecuente que se asocian al sentido o a la importancia del pasado. Por ejemplo, se afirma que un pueblo que no aprende de la historia está condenado a repetir los errores del pasado, o que la historia es maestra de la vida. ¿Qué tanto hay de cierto en ello?
Podemos empezar afirmando que las sociedades tienen muchos pasados y que, por lo tanto, la historia es plural, representativa y diversa. Además, comprende otras características y criterios: el relato histórico genera identidad ya que reconstruye y explica procesos colectivos en territorios específicos, al referirse a conjuntos sociales agrupados en torno a transformaciones y espacios, permite el conocimiento del otro. La disciplina está asociada al registro del tiempo histórico, es decir, las permanencias y transformaciones en el corto, mediano y largo plazo; estos momentos propician conformar una “corriente colectiva de la vida” en una suerte de reloj universal llamado historia, en la que peregrinan las comunidades, las culturas y la humanidad. Más aún: permite construir comunidades imaginadas, unidas por lazos de identidad, en las que es fundamental la construcción y reproducción –enseñanza, transmisión– de la historia.
El análisis de los hechos pasados se realiza a partir de los valores propios del tiempo y el espacio en el que sucedieron, pero también se parte desde el presente en el que se vive. Lo cierto es que la revisión del pasado humano permite afirmar que no hay valores eternos y absolutos, y que toda reflexión sobre el pasado está condicionada por los valores del presente, por el conocimiento indirecto de los acontecimientos y por el uso de los datos o su calidad (inexactitud, falsedad); este último caso implica la necesidad de realizar la crítica de las fuentes de información. Finalmente, la historia no es un tribunal ni un juzgado, su papel es comprender y hacer comprender mediante el análisis de los procesos del desarrollo humano; se trata fundamentalmente de realizar una reconstrucción crítica del pasado.
En síntesis, se pueden afirmar tres cosas: 1) el ser humano es protagonista de la historia, 2) el saber histórico tiene muchos temas, 3) las historias locales son necesarias para evitar el control del poder central (es decir, hay que hacer más ciencia y menos ideología). Como señala Manuel Tuñón de Lara en su libro Por qué la historia, esta disciplina “es un mensaje que recibimos casi todos; es casi imposible ser ajeno a ese mensaje. Nos sirve para reflexionar sobre nuestros destinos colectivos y para tomar decisiones al participar en ellos. Pero también es útil para no desorbitar el presente de cada día y dejarnos devorar por él, porque nos da una idea del equilibrio en el tiempo, de la justa medida de las cosas; nos hace valorar la larga marcha de la humanidad…”
Enseñar la historia
En un estudio publicado a principios de los ochenta del siglo pasado, el historiador francés Marc Ferró señaló: “No nos engañemos: la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la Historia tal como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia.” En México, sobre dichas imágenes se han incorporado opiniones: el registro de los malos y los buenos en la historia, entre los primeros se encuentran Cortés, Santa Anna y Díaz; los segundos son encabezados por Cuauhtémoc, Hidalgo y Juárez. Superar esta “historia de bronce” es el reto de la educación básica.
Extender el conocimiento histórico desde la escuela favorece la formación de ciudadanía, su enseñanza contribuye a evitar la hegemonía del pensamiento tecnócrata. Organizar la instrucción y el aprendizaje de la historia, más que basarse en lo memorístico, debe apuntar a la transmisión de metodologías que permitan aprehender las manifestaciones y los procesos históricos, examinarlos y reflexionar sobre los mismos. Si bien la repetición es una condición fundamental de la memoria y la repetición permite retener, aprender de memoria es una herencia del largo periodo previo al invento de la imprenta.
La historia se enseña para identificarnos como integrantes de una corriente humana universal en la que han fluido diversos pueblos y civilizaciones; al ubicarnos en el presente, concebimos tanto una representación del pasado como perspectivas del futuro. Esta dimensión histórica (presente-pasado-futuro) le da al ser humano conciencia de temporalidad. Además de suceder en el tiempo, el proceso histórico ocurre en el espacio, es decir, hay una geografía precisa; de hecho en las obras del ser humano puede encontrarse la huella del medio geográfico.
El conocimiento histórico enseña la organización de los grupos humanos, sus singularidades y sus construcciones sociales (lengua, cultura, relaciones humanas, organización social y política, etc.); el conocimiento histórico prepara para vivir en sociedad y, como afirma el historiador Enrique Florescano, es “conocimiento del ser humano viviendo en sociedad”. El mismo autor apunta lo que considera algunas prioridades de la enseñanza de la historia en la educación básica: presentar conocimientos fundamentales de historia y geografía de México; fomentar el uso de métodos activos para estudiar orígenes locales y regionales que estimulen el interés por el pasado, lo que permitirá identificar el patrimonio cultural heredado; estudiar la historia considerando que los saberes están sujetos a revisión ya que el conocimiento es un proceso basado en la revisión, la crítica, la curiosidad, la observación y el razonamiento. Adicionalmente, comprender la historia de otras culturas y tradiciones estimula el espíritu de universalidad del ser humano y de respeto hacia la diversidad.
La historia puede usarse para enseñar cómo funcionan la vida y la sociedad, explicar de qué manera se articularon los valores de un colectivo social y entender los cambios y permanencias. Comprender el mundo actual e intervenir sobre él de manera responsable y libre, requiere conocerlo en su diversidad y en su desenvolvimiento histórico. La construcción y la explicación de la historia deben evitar reduccionismos, centralismos y estereotipos; es necesario conocer la historia y reconstruirla sobre bases y fuentes que soporten un cernido de cuatro tiempos: la integridad, la autenticidad, la calidad y la sinceridad.
La enseñanza de la historia en nuestro país está condicionada por diferentes elementos: los contenidos, los objetivos, los métodos y prácticas escolares, los libros de texto, los materiales didácticos disponibles; la formación y actualización de los educadores, las condiciones del aula, la situación pedagógica y social de los alumnos.
[1] Algunos textos de interés general son: Marc Bloch, Introducción a la historia, México, FCE, 2006; Marc Ferró, Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero, México, FCE, 2000; Enrique Florescano, Para qué estudiar y enseñar la historia, México, Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América, 2000; Enrique Florescano, Historia de las historias de la nación mexicana, México, Aguilar, Taurus, 2002; Peter Burke, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000; Maurice Halbwachs, Los marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthropos, 2004; Jacques Le Goff, Pensar la historia: modernidad, presente, progreso, Barcelona, Paidós, 2005; Luis González y González, El oficio de historiar, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999; Carlos Pereyra, et al, Historia ¿para qué?, México, Siglo XXI, 2005; Manuel Tuñón de Lara, Por qué la historia, Barcelona, Salvat, 1981.
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